Hojas bailando al ritmo del viento,
crujiendo bajo el paso de hombres descuidados.
Desnuda como los árboles.
Cambiante.
En transición constante.
El reconfortante olor de café recién hecho
que llena la habitación
y me arrastra desde donde quiera que esté,
me llena de vida.
La taza caliente
entre mis mano, ahuecada, es mi hogar.
Una piel fina y transparente,
casi inexistente.
En carnes vivas.
El tacto me quema,
me escuece,
y me hace apartarme
tan solo unos segundos.
El rojo de fuego
y las afiladas puntas de mis esquinas
te mantienen alejado.
¿Asustado?
A distancia.